30 mayo 2011

se desgrana en las piezas que mis codos han de mostrar... proyecciones de un rostro, un pedestal. Una marca con tachones de cristal, como lentejuelas que le dicen: oh sí, ella sí, esto sí. mamelucos o delantales que quisiera arruinar. podridos mis frutos, tan agrios como este ácido que me vomito al espejo. y las manos ¡Qué importan! se mueven. ¡Dejálas! te mostrarán, sí, es la semilla, es un arroz, un punto de azúcar que haz de iluminar.

26 mayo 2011

entre lazos.


sin ir y sin mediar. estando. no voy. algo me va enlistando para husmear, como si desconociese acaso mi propio. el mío propio. y perpetuando ojos en los contornos del cielo se van. y quedo como vine, a partir de la ignorancia a sabiendas que olvidé haber detenido para mí. porque si pierdo, olvido, ensordezco, sollozo y olvido. florecerán las cuerdas entrelazadas del hoy.
así. estoy, en la continuidad. siendo. el primigenio habla. exhorta. pero acepta mi silencio. él, conoce. yo, aprendí. aquello en gajos desplegado, lo floreciente no resulta, es origen y principio.

23 mayo 2011

infierno (o verde verde verde)

porque siempre el verde termina salvándome
cuando ya no puedo
y camino entre sueños que maltratan
perpetuando grietas en mi conciencia
cuando se amalgaman los aires
y mi voz retumba
sin latidos.
las ideas deshacen mis ojos
y caigo, desolada
¿volver?
llorando,
por la condena,
por la memoria,
de mi propio infierno.

Como si al mirar partiera el imantado consciente,
las armas viles de una parte fría
de un estrecho sitio
chorrea, desborda, mancha y quema
estoy
hundida,
elevada,
en otras ramas
lejana.

Miráme.
Vos.
Desde acá.
Traéme.
Con vos.
Te lo pido, traéme.

13 mayo 2011


 Estoy en el parque, vos estás. Ahora, con mis piernas sobre el banco descascarado y algo húmedo, los brazos abrazan las rodillas juntándolas hacia mi pecho. Tus brazos, yo y mis pies. Pero ya sabías antes de elegir sentarte como lo hiciste – incomodidad, cierto. Fuerza y comienzo una vez más, el grande e inmenso proceso necesario de reacomodar mi cuerpo ( soy pequeña, decí que). Me ves, te reís y los ojos espían manos que tocan, como mirando a unas nubes amables que, redondas, parecen andar diciendo algo a alguien que pasaba, mirando de reojo sin sospecha de unas líquidas palabras que hubieran, si hubieses sabido ver, penetrado en tus mejillas.
   Estaba estirando mi espalda, acomodé el cuello retorciéndolo escuchando mis huesos gritar y paré. Vos dijiste, el pelo caoba, tu pelo cae como si fuese un sauce o yo dije vos, tu pelo y el sauce. Entonces puse mis pies bajo el banco y hamacándolos iba arrancando pastos a medida que el movimiento permitía el roce cercano y el tirón después, después se tiñeron las uñas de un verde intenso, un verde pasto y no un verde sauce, dijiste. Y tu voz sonó en el oído de una hormiga o la hormiga sanó al escucharte a vos. La misma hormiga colorada y apenas visible que trepando mis montañosos dedos decidía parar, como paré yo al parar la hormiga porque tuve que bajar a despegarla de mi pie.
   Quise subir mis piernas y ponerlas una bajo la otra, así como los indios, andan diciendo; y me distraje con las señas estrambóticas que venían desde unos labios abiertos como asombrados, que se tapaban a veces si y a veces no, por un movimiento de tu palma con sus dedos extendidos y apretados para concluir entonces en ese sonido onomatopéyico que decís o dicen, hacen o hacían ellos. No me senté, fuiste vos o aquello que creí ver al oír tu voz delante de mí. Delante de mi las gentes en el pasto, bajo árboles tupidos me señalaban. A mí, me señalaban la distancia. No a mi, sino la distancia, la lejanía del cielo abierto puro celeste. Yo miré. Vos ya mirabas. En ese punto indiviso te mantenías y ensimismada tartamudeabas: poniendo las manos en la nuca decías: con mis pies calmos en el pedacito de tierra sin pasto, esos labios finísimos repetían: vueltas y giros sin fin en las bocas tuya y mía, anudadas, envueltas, estrelladas como tramos enhebrados en ese punto lindante de tu lengua o de mi voz, se partían, te partías e invitabas, sedienta de azulados verdores a un cielo con su tono rizado que no opacaba el rojizo color del sauce al caer sobre tus hombros.
   El banco, ya empapado, crujía. No sólo él. Yo crujía temblorosa por tus llantos. Su llanto, el depresivo y desgastado y olvidado banco del parque en que vos saltabas, antes, acostada yo, vos con ojos de risa en el banco ya de noche, sin colores y la sonrisa en blanco y negro.

Interrumpo el estado en que surge el día. cambio el acontecer bruscamente, en una tarde débil. gritando. levantando los brazos para oídos idénticos a mis gritos. sin obligaciones, podría mi boca plantarse en barro y en silencio. estupideces que tiran de los costados y te arrancan del eje- a vos o a la tierra entera- expectador inútil. y no escupís en los ojos del otro. deberías. únicamente por ellos.

01 mayo 2011

   Lejos del movimiento corporal, antes, siempre era anterior el motor vibrante de las cuerdas vocales y el aire impulsado con fuerza o desgano, para activar al fin ciertas varias articulaciones y concretar: el sonido, la palabra, el lenguaje. Y después, siempre luego - aunque todavía anterior a la reacción inmediata del cuerpo- emanaba de aquélla dulce pronunciación, a la manera del vapor o de la calidez del aliento en la fría intemperie, fluía así a través del aire sobre las mismas vibraciones: ese algo cayendo, invisible, en otros cuerpos con oídos fijos.
   El otro en su pasividad, resguardaba el bullicio material y rechazaba en su propio sistema- debido a éste- al  fondo implícito que había llegado a incorporarse en él contra su voluntad. El resultado fue el cambio, la resistencia ajena es siempre menor, y apareció, aunque similar, algo compacto, duro y pesado.

   El desorden emerge de las inconstancias que varían en los hombres. Las afortunadas capacidades disímiles que marcan el límite de los yoes.