24 octubre 2011

El resumen de los nuevos dichos tan incongruentes o perseverantes, exclamaban en boca suya, a las palabras como prismas, a las ideas desmoronadas por la conciencia y la memoria. Era el advenimiento, sí que lo es.
Propagandas inválidas lo acercaban, lo abandonaban -para su gracia- en paredes mugrientas y chorreadas, pintarrajeadas por manos como las suyas, humanas. Qué multitudes habían pasado con sus carretas de tantas maderas, para vaciar en los hechos anodinos cierto ensamble universal, pudiendo él, en su singularidad tan fútil, contrastarlos con el exquisito histrionismo que revive a las horas derrumbadas en las plazas, con el sol de a poco dormido, destilando el pensamiento caído, allá perdido. Detenido seguro por la negativa a la incertidumbre de una razón inconstante, viva. Con el problema echando raíces y la boca como nido de todas las respuestas, revoleó apenas la cabeza hacia un costado irguiendo los hombros, como quien asume demasiado el rol de un desinterés resignado. Levantando las cejas, se recostó en esa resignación abierta y despierta, era la cima de la contradicción que lo amenazaba para vivenciar el aumento, el poder, el volver a pensar.
Terminar con las sonrisas en la almohada le parecía auténtica ficción, desatención de las gloriosas llamadas de un cuerpo frágil, de un alma olvidada. Apariencias que han sido creídas, sí, se están dorando ante mis ojos y le encanta. Pesadillas y madrugadas se enfrían, pero acá él perfila el regodeo con ojos entreabiertos, la quietud espectral, caótica. Envuelto el cosmos y no él, en ese divertimento de apariencias, de realidades camaleónicas, abusa de ese azar cual principio necesario que lo subyuga a las verdades picarescas de este mundo.

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